sábado, diciembre 21, 2013

Fragmento - 4º parte - El Juego de Abalorios - Hermann Hesse

-Veo -dijo Ferromonte pensativo- que vos habéis hallado en nuestro ex Magister Musicae algo así como un santo, y es bueno que justamente vos me lo hayáis comunicado. Confieso que hubiera oído con la máxima deconfianza estas noticias, de labios de cualquier otro hombre. En el fondo, no soy afecto al misticismo, es decir, como músico e historiador, soy partidario pedante de las categorías puras. Como en Castalia no somos ni una congregación cristiana ni un monasterio hindú o taoísta, la inserción o catalogación entre los santos, es decir en una categoría meramente religiosa, no me parece admisible para nosotros y a otro que a ti..., perdonad, a vos, Domine, reprocharía esta opinión como un desvío. Pero creo que vos no tenéis siquiera la intención de iniciar un proceso de canonización a favor de nuestro venerado ex Magister; no habría en nuestra Orden ni las autoridades necesarias para ello. No, no me interrumpáis, hablo en serio, no me atrevería en absoluto a bromear. Me habéis contado una vivencia y yo debo confesar que me he avergonzado un poco, porque el fenómeno por vos descripto no se nos ha escapado ni a mis colegas de Monteport ni a mí, pero nos limitamos a observarlo y luego le prestamos poca atención. Me explica la causa de mi fracaso y de mi indiferencia. El que el cambio del ex Magister haya llamado tanto vuestra atención, hasta seros sensacional, mientras yo apenas lo noté, se debe naturalmente a que el tal cambio os apareció inesperadamente y como resultado definitivo, mientras que yo he sido testigo de su lento desarrollo. El ex Magister que visteis hace meses y el que habéis visto hoy, son distintos entre sí, mientras que nosotros tan cercanos encontramos alteraciones apenas visibles entre un encuentro y otro, no muy distanciados. Mas, lo confieso, la explicación no me satisface. Si ante nuestros ojos se realiza algo así como un milagro, aunque sea tan queda y lentamente, deberíamos estar sorprendidos más fuertemente de lo que me ocurrió, sobre todo no existiendo prevención. Y aquí encuentro la causa de mi torpeza; no estaba prevenido. Sucedió que no noté el fenómeno, porque no quería verlo. Observé, como todos, se creciente retraimiento, su silencio cada vez más estricto, y al mismo tiempo el aumento de su amabilidad, el brillo cada vez más claro y nada físico de su rostro, cuando al encontrarnos retribuía silenciosamente mi saludo. Naturalmente, esto lo noté y lo notaron todos. Pero me cuidé mucho de ver más en ello, y no por falta de respeto por el anciano maestro, sino en parte por cierta resistencia contra el culto de las personas y la adulación en general, en parte por repugnancia precisamente ante la adulación en casos especiales, es decir, ante la suerte de culto que el estudiosus Petrus rinde a su maestro e ídolo. Esto lo comprendí claramente sólo durante vuestra narración.
-Éste fue de todos modos -dijo riendo Knecht- un recurso para descubrir para ti mismo tu antipatía por el pobre Petrus. Pero, vamos a ver. ¿Soy yo también un místico y un adulador? ¿Rindo yo también culto prohibido a personas y santos? ¿O admites para mí lo que no concedes al estudiosus, vale decir, que algo hemos vivido y sentido, no ciertamente sueños y fantasías, sino un fenómeno real y objetivo?
-Es natural que os lo conceda -contestó Carlos lentamente, pensando las palabras-, nadie dudará de vuestra vivencia ni de la belleza o alegría del ex Magister, en la que se podría creer sonriendo. El problema es solamente éste: ¿Qué hacemos con el fenómeno, cómo lo denominaremos, cómo lo explicaremos? Suena a pedantería escolástica, pero los castalios somos sin más gente de escuela, y si deseo catalogar y denominar vuestra y nuestra vivencia, no es porque quiero resolver su realidad y hermosura mediante la abstracción y la generalización, sino porque anhelo describirlas y establecerlas lo más claramente, lo más exactamente que sea posible. Cuando durante algún viaje oigo silbar o cantar a un campesino o a un niño una melodía, donde quiera que sea, es para mí una vivencia si yo no la conocía, y cuando trato de anotar en seguida lo más exactamente posible la tal melodía, no es para eliminarla ni despreciarla, sino para honrarla y perpetuarla, como la sentí.
Knecht asintió amablemente. (CONTINUA)

No hay comentarios.: