lunes, febrero 26, 2007

Cambio de hábito.

"...Y así, comenzando y creciendo desde dentro hacia el encuentro y la confirmación interior y exterior, se verificó la vocación de Josef Knecht con perfecta pureza; recorrió todos sus grados, saboreó todas sus dichas y sus angustias. El noble proceso, la típica historia juvenil y preparatoria de todo noble espíritu, se cumplió sin que repentinos descubrimientos ni súbitas indiscreciones lo importunaran; lo íntimo y lo externo trabajaron armoniosa y uniformemente, creciendo al enfrentarse recíprocamente. Cuando, al final de esta evolución, el alumno tuvo conciencia de su situación y de su destino extrínseco, cuando se vió tratado por los maestros como un colega, más aún, como un huésped de honor, cuyo alejamiento se aguarda a cada instante, y casi admirado o envidiado, casi evitado y aún sospechado por los condiscípulos, ridiculizado y odiado por algunos adversarios, cada vez más solo y abandonado por los antiguos amigos, un idéntico proceso de separación y aislamiento se había cumplido ya hacía mucho dentro de él; los maestros, por un sentimiento propio interior, se habían transformado cada vez más de superiores en camaradas, los amigos de antes en compañeros rezagados de un trecho del camino; en su ciudad y en su escuela ya no se sintió, pues, entre iguales y en su justo lugar: todo eso estaba impregnado de una oculta muerte, de un fluído de irrealidad, de un "haber pasado", se había convertido en algo provisional, en un traje fuera de moda que ya no sentaría bien. Y este alejarse creciendo de una patria hasta entonces armoniosa y amada, este desprenderse de una forma vital que ya no le correspondía ni le pertenecía más, esta existencia de uno que se va porque es llamado a otro lugar, interrumpida por horas de altísima felicidad y radiante conciencia de sí mismo, se tornó al final para él un gran tormento, una opresión y una pena casi insoportables, porque todo le abandonaba, sin que estuviera seguro de que realmente no fuera él quien todo lo dejaba, sin que supiera si de este morir y volverse extraño para su querido mundo habitual no tuviera él mismo la culpa, por orgullo, por arrogancia, por ambición, por infidelidad y falta de amor. Entre los sufrimientos que trae consigo una genuina vocación, éstos son los más amargos. Aquel que recibe la vocación no acepta solamente un don y una orden de ella, sino también casi una culpa, como el soldado que, sacado de las filas de los camaradas, es promovido a oficial, resulta tanto más digno de esta promoción cuanto más la paga con una sensación de culpa y con remordimiento frente a sus camaradas.
Entre tanto estaba concedida a Knecht la facultad de sobrellevar esta evolución sin trabas y con total inocencia; cuando finalmente el consejo de maestros le comunicó la distinción merecida y su inminente admisión en las escuelas de selección, se sintió completamente asombrado en el primer instante, pero en seguida, la noticia fue como algo muy sabido y esperado desde mucho tiempo atrás. Solo entonces recordó que desde hacía muchas semanas le habían gritado a sus espaldas cada vez más a menudo en tono de mofa la palabra electus o "niño de selección". Lo había oído, pero solo a medias, y nunca lo había interpretado sino como burla. ¡No lo decían en serio!, pensaba él, sino como: "Eh, tú, que en tu orgullo te crees un electus!" A veces, había sufrido vivamente por estos estallidos la sensación de alejamiento entre él y sus camaradas, pero nunca se hubiera considerado realmente un electus: su conciencia de la vocación no fue elevación de categoría, sino advertencia y exigencia íntimas. Pero de todas maneras, ¿no lo había sabido, intuído, sentido mil veces, a pesar de todo? Ahora estaba maduro, su beatitud, confirmada y legitimada; sus padecimientos tenían un significado, el traje insoportablemente viejo y ya demasiado estrecho podía ser abandonado; había uno nuevo para él..." (El Juego de Abalorios, Herman Hesse)