miércoles, noviembre 20, 2013

Fragmento - 1º parte - El Juego de Abalorios - Hermann Hesse

...Avanzado el otoño de ese primer año de función magistral, mientras el amigo estaba aún con los primeros estudios de las cosas chinas, el Magister, mientras repasaba un día rápidamente las anotaciones del diario de su cancillería, se encontró con una noticia: “El estudiante Petrus, de Monteport, llega recomendado por el Magister Musicae; trae saludos especiales del Magister anterior, solicita alojamiento y uso de archivo. Ha sido alojado en la casa de los estudiantes”. Ahora bien, él podía dejar al cuidado de su gente del archivo al estudiante y su petición; eso ocurría casi diariamente. Pero los “saludos especiales del Magister anterior” se referían solamente a él. Hizo llamar al recién venido; era un hombre joven, reflexivo y ardiente en el aspecto, pero taciturno, y pertenecía evidentemente a la “selección” de Monteport, por lo menos las circunstancias de una audiencia del Magister le parecían familiares. Knetch le preguntó qué le había encargado el ex Magister Musicae.
-Saludos –contestó el estudiante-, muy cordiales y respetuosos saludos para vos, Venerable, y también una invitación.
Knetch invitó al huésped a sentarse. Eligiendo cuidadosamente las palabras, el estudiante continuó:
-El venerado ex Magister, como dije, me encargó ocasionalmente que os saludara de su parte. Al hacerlo, expresó el deseo de veros pronto, lo más pronto posible, al lado de él. Os invita y os encarece que le visitéis próximamente, suponiendo naturalmente que la visita pueda ser incluida en un viaje oficial y no os haga perder demasiado tiempo. Es estos o parecidos términos fue formulado el encargo.
Knetch miró inquisitivamente al joven; seguramente era alguno de los protegidos del anciano. Prudentemente preguntó:
-¿Cuánto tiempo piensas permanecer entre nosotros, en el archivo, estudiosus?
Y recibió la respuesta:
-Justamente, venerable Señor, hasta que yo vea que iniciáis el viaje a Monteport.
Knetch reflexionó.
-Está bien –dijo luego- . Y ¿por qué no me comunicaste textualmente lo que el ex Magister te encargó para mí, como había que esperar en realidad?
Petrus sostuvo con firmeza la mirada de Knecht y contestó lentamente, buscando siempre con cuidado las palabras, como si debiera expresarse en un idioma extranjero.
-No hubo, no hay encargo- Venerable –dijo-, y no hay texto alguno que repetir. Vos conocéis a mi venerado maestro y sabéis que fue siempre un hombre extraordinariamente moderado; en Monteport se cuenta que en su juventud, cuando era aún repetidor, pero considerado ya por toda la “selección” como predestinado a Magister Musicae, ésta le aplicó el apodo burlón de “El gran pequeño a su gusto”. Y bien, esta modestia y no menos su piedad, su generosidad y su paciencia, desde que envejeció y al fin renunció al cargo, han crecido aún. Vos lo sabéis seguramente mejor que yo. Esta modestia le impediría solicitar una visita del Venerable, aunque la desea tanto. Es así, pues, Domine, que no he sido honrado con encargo alguno y, eso no obstante, obré como si lo hubiese recibido. Si fue error mío, vos podéis considerar el encargo inexistente tal como es en verdad… inexistente.
Knetch sonrió levemente.
-¿Y tu labor en el archivo del juego, estudiosus? ¿Fue mero pretexto?
-¡Oh, no! Debo extraer cierto número de claves, hubiera tenido que solicitar de todas maneras vuestra hospitalidad, dentro de poco. Pero me pareció conveniente apresurar un poco el breve viaje.
-Muy bien –asintió el Magister, ya serio otra vez-. ¿Está permitido preguntar la causa de este apresuramiento?
El jovencito cerró por un momento los ojos, con la frente arrugada, como si la pregunta le atormentara hondamente. Luego dirigió sus ojos inquisitivos y juvenilmente críticos, con desusada firmeza, al rostro del Magister.
-La pregunta no puede ser contestada, siempre que vos no resolváis expresarla más concretamente.
-Está bien, pues –exclamó Knetch-. ¿Es malo el estado de salud del ex Magister? ¿Causa preocupaciones?
El estudioso observó que a pesar de haberse expresado el Magister con la máxima calma, estaba cariñosamente preocupado por el anciano; por primera vez desde el comienzo de la conversación en su mirada algo sombría hubo un rayo de luz y su voz sonó más simpática y directa, como si se dispusiera finalmente a liquidar abiertamente lo que le importaba mucho.
-Señor Magister –contestó- tranquilizaos, el estado de salud del muy Venerable no es por cierto malo, fue siempre un ser ejemplarmente sano y sigue siéndolo, aunque la avanzada edad lo haya naturalmente debilitado mucho. No ocurre que su aspecto se haya alterado notablemente o que sus fuerzas hayan disminuido de pronto muy rápidamente; realiza cortos paseos, todos los días hace un poco de música y hasta hace pocos días antes dio lecciones de órgano a dos estudiantes, principiantes todavía, porque siempre prefirió en su torno a los más jóvenes. Pero el hecho de que desde pocas semanas haya despedido también a estos dos alumnos, es todas maneras un síntoma que me llamó la atención, y desde entonces observé al venerable señor un poco más atentamente y formé mi composición de lugar a su respecto… Éstas son las causas por las cuales estoy aquí. Si algo justifica mi modo de pensar y proceder, es la circunstancia de que yo mismo he sido discípulo del ex Magister Musicae, una suerte de discípulo preferido, si puedo decir así, y que su sucesor desde hace un año me ha asignado a él como una especie de famulus(sirviente, mucamo) y de compañía, encargándome con el cuidado de su existencia. Para mí fue un encargo muy grato, porque no hay ser humano para quien yo alimente tanta veneración y tanto apego como para mi viejo maestro y protector. Él me reveló el misterio de la música y me tornó capaz de servirle y de servir a la música, y todo lo que yo he adquirido en ideas, sentido de la Orden, madurez y normas íntimas, todo me vino de él y es su obra. Por eso desde un año o más casi, vivo por entero cerca de él, ocupado, sí, con algunos estudios y cursos, pero siempre a su disposición, compañero en la mesa, acompañante en sus paseos y en sus horas de música, y de noche,  vecino separado solamente por una pared. En esta íntima vida en común pude observar muy exactamente los estados…, sí, de envejecer, de su envejecer físico, y algunos de mis camaradas se permiten de vez en cuando comentarios compasivos o irónicos sobre la función sorprendente que cumple un joven como yo en su calidad de sirviente y compañero de existencia de un viejísimo señor. Mas ellos no saben –y fuera de mí nadie lo sabe tan bien- qué envejecer está a este maestro, cómo se torna más débil y flojo físicamente poco a poco, toma cada vez menos alimento y regresa cada vez más cansado de sus breves paseos, sin estar enfermo sin embargo, y cómo al mismo tiempo en la quietud de su senectud se vuelve cada vez más espíritu, devoción, dignidad y sencillez. Si mi función como famulus o enfermero ofrece algunas dificultades, ellas residen únicamente en que el Venerable no quisiera ser servido ni cuidado, porque desea siempre sólo dar y nunca recibir o tomar.
-Te agradezco –dijo Knecht-, me complace muchísimo saber que al lado del Venerable está un discípulo tan rendido y agradecido. Pero dime finalmente en forma clara, dado que no hablas por encargo de tu maestro, por qué te importa tanto mi visita a Monteport.
-Vos preguntasteis con preocupación por la salud del señor ex Magister Musicae –contestó el joven-, porque mi insistencia os había sugerido ciertamente la idea de que pudiera estar enfermo y ser al fin hora de visitarle una vez más. Bien, creo realmente que es hora, antes de que sea tarde... (CONTINÚA)