sábado, diciembre 07, 2013

Fragmento - 3º parte - El Juego de Abalorios - Hermann Hesse

Allí estaba sentado el Venerable, mi protector, mi amigo, que desde que pude comprender poseyó mi corazón y mi confianza y nunca dejó una palabra mía sin contestación, allí estaba sentado y me oía hablar o no me oía siquiera, oculto por entero detrás de su luz y su sonrisa, detrás de su dorada máscara, atrincherado, inalcanzable, perteneciente a otro mundo con otras leyes, y todo lo que quería llegarle expresado por mí por nuestro mundo, corría por encima de él como la lluvia por encima de una piedra. ¡Finalmente –ya había perdido yo todas las esperanzas-, el anciano rompió el muro mágico, finalmente me ayudó, finalmente dijo una palabra! Fue la única palabra que le oí pronunciar hoy. “Te cansas, Josef”. Como si me hubiera visto dedicado largo tiempo a una tarea esforzada y quisiera ponerme en guardia. Pronunció las palabras con un leve esfuerzo, como si no hubiera usado más los labios para hablar desde mucho tiempo atrás. Al mismo tiempo, puso su mano sobre mi brazo, era liviana como una mariposa; me miró hondo en los ojos y se sonrió. En ese momento estaba yo vencido ya, reconquistado. Algo de su alegre calma, algo de su paciencia y de su tranquilidad pasó a mi alma, a mi mente, y de pronto, me invadió la comprensión por el anciano y por el cambio realizado en su ser, lejos de los hombres y dirigido hacia la gran paz, lejos de los pensamientos y dirigido hacia la unidad. Comprendí lo que me estaba concedido contemplar; comprendí también esa sonrisa, esa luz; era un santo, un perfecto, el que me permitía vivir por una hora en su brillo, el que yo –charlatán- pretendía entretener, indagar y tentar a conversar. Gracias a Dios, la luz no apareció demasiado tarde para mí. Hubiera podido echarme y con eso repudiarme para siempre. Hubiera perdido así lo más maravilloso, lo más cordial que nunca conocí. (CONTINÚA)

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