martes, agosto 14, 2007

Concentrarse.

"...Aprender a concentrarse requiere evitar, en la medida de lo posible, las conversaciones triviales, esto es, la conversación que no es genuina... ...ello ocurre cuando las dos personas hablan en clisés, cuando no sienten lo que dicen. Debo agregar aquí que, así como importa evitar la conversación trivial, importa también evitar las malas compañías. Por malas compañías no entiendo sólo la gente viciosa y destructiva, cuya órbita es venenosa y deprimente. Me refiero también a la compañía de zombies, de seres cuya alma está muerta, aunque su cuerpo siga vivo; a individuos cuyos pensamientos y conversación son triviales; que parlotean en lugar de hablar, y que afirman opiniones que son clisés en lugar de pensar. Pero no siempre es posible evitar tales compañías, ni tampoco es necesario. Si uno no reacciona en la forma esperada –es decir, con clisés y trivialidades- sino directa y humanamente, descubrirá con frecuencia que esa gente modifica su conducta, muchas veces con la ayuda de las sorpresa producida por el choque de lo inesperado..." (El Arte de Amar - Erich Fromm)

La impiedad de los últimos tiempos.

2. Timoteo 3
1-5 Quiero que sepas que en los últimos tiempos sobrevendrán momentos difíciles. Porque los hombres serán egoístas, amigos del dinero, jactanciosos, soberbios, difamadores, rebeldes con sus padres, desagradecidos, impíos, incapaces de amar, implacables, calumniadores, desenfrenados, crueles, enemigos del bien, traidores, aventureros, obcecados, más amantes de los placeres que de Dios; y aunque harán ostentación de piedad, carecerán realmente de ella.¡Apártate de esa gente!

Importancia.

"...El hecho de que la confianza en sí mismo dependa del éxito de la propia “personalidad”, constituye la causa por la cual la popularidad cobra tamaña importancia para el hombre moderno. De ella depende no solamente el progreso material, sino también la autoestimación; su falta significa estar condenado a hundirse en el abismo de los sentimientos de inferioridad...
...Existían ciertos factores capaces de ayudarlo (al individuo) a superar las manifestaciones ostensibles de su inseguridad subyacente. En primer lugar su yo se sintió respaldado por la posesión de propiedades. “El”, como persona, y los bienes de su propiedad, no podían ser separados. Los trajes o la casa de cada hombre eran parte de su yo tanto como su cuerpo. Cuanto menos se sentía alguien, tanto más necesitaba tener posesiones. Si un individuo no las tenía o las había perdido, carecía de una parte importante de su “yo” y hasta cierto punto no era considerado como una persona completa, ni por parte de los otros ni de él mismo.
Otros factores que respaldaban al ser eran el prestigio y el poder. En parte se trataba de consecuencias de la posesión de bienes, en parte constituían el resultado directo del éxito logrado en el terreno de la competencia. La admiración de los demás y el poder ejercido sobre ellos se iban a agregar al apoyo proporcionado por la propiedad, sosteniendo al inseguro yo individual.Para aquellos que sólo poseían escasas propiedades y menguado prestigio social, la familia constituía una fuente de prestigio individual. Allí, en su seno, el individuo podía sentirse “alguien”. Obedecido por la mujer y los hijos, ocupaba el centro de la escena, aceptando ingenuamente este papel como un derecho natural que le perteneciera. Podía ser un don nadie en sus relaciones sociales, pero siempre era un rey en su casa. Aparte de la familia, el orgullo nacional –y en Europa, con frecuencia, el orgullo de clase- también contribuía a darle un sentimiento de importancia. Aún cuando no fuera nadie personalmente, con todo se sentía orgulloso de pertenecer a un grupo que podía considerarse superior a otros..." (El Miedo a la Libertad - Erich Fromm)

Egoísmo.


"...el egoísmo no es idéntico al amor a sí mismo, sino a su opuesto. El egoísmo es una forma de codicia. Como toda codicia, es insaciable y, por consiguiente, nunca puede alcanzar una satisfacción real. Es un pozo sin fondo que agota al individuo en un esfuerzo interminable para satisfacer la necesidad sin alcanzar nunca la satisfacción. La observación atenta descubre que si bien el egoísta nunca deja de estar angustiosamente preocupado de sí mismo, se halla siempre insatisfecho, inquieto, torturado por el miedo de no tener bastante, de perder algo, de ser despojado de alguna cosa. Se consume de envidia por todos aquellos que logran algo más. Y si observamos aún más de cerca el proceso, especialmente su dinámica inconciente, hallaremos que el egoísta, en esencia, no se quiere a sí mismo sino que se tiene una profunda aversión....El individuo que se desprecia, que no está satisfecho de sí, se halla en una angistia constante con respecto a su propio yo. No posee aquella seguridad interior que puede darse tan solo sobre la base del cariño genuino y de la autoafirmación. Debe preocuparse de sí mismo, debe ser codicioso y quererlo todo para sí, puesto que, fundamentalmente carece de seguridad y de la capacidad de alcanzar la satisfacción. Lo mismo ocurre con el llamado narcisista, que no se preocupa tanto de obtener cosas para sí, como de admirarse a sí mismo. Mientras en la superficie parece que tales personas se quieren mucho, en realidad se tienen aversión, y su narcisismo –como el egoísmo- constituye la sobrecompensación de la carencia básica de amor a sí mismos. Freud ha señalado que el narcisista ha retirado su amor a los otros dirigiéndolo hacia su persona: si bien lo primero es cierto, la segunda parte de esa afirmación no lo es. En realidad, no quiere a los otros ni a sí mismo..." (El Miedo a la Libertad - Erich Fromm)

Su vida...


"...Su vida había pasado por ésta y muchas otras pruebas, cuando alcanzó la edad madura y se halló en la cumbre de la existencia. Había ayudado a sepultar a dos grandes abuelas de la tribu, perdido un hermoso hijo de seis años, víctima de un lobo, y superado una grave enfermedad sin ayuda ajena, siendo su propio médico. Padeció hambre y frío. Todo esto dejó señales en su rostro y, no menos, en su alma. Hizo la experiencia de que los hombres espirituales causan en los demás cierta extraña forma de resistencia y antipatía, se los aprecia de lejos y se los llama en caso de necesidad, pero no se les ama ni se los considera iguales, y hasta se los evita. Aprendió por experiencia también que las fórmulas mágicas tradicionales o libremente inventadas y los anatemas rituales son aceptados por los enfermos o los desdichados con más gusto que el consejo razonable; que el hombre soporta más fácilmente la incomodidad y la expiación exterior que la transformación interior o el examen de sí mismo; que cree más en el sortilegio que en la razón, en las fórmulas que en la experiencia: cosas éstas que en dos milenios desde entonces, probablemente, no han variado gran cosa, como afirman muchos libros de historia. Aprendió también que un hombre escudriñador y espiritual no debe perder el amor; que puede aceptar los deseos y las tonterías de los hombres sin altanería, pero no debe dejarse dominar por ellos; que del sabio al charlatán, del sacerdote al milagrero, del hermano que ayuda al parásito aprovechado, no hay más que un paso, y que la gente en el fondo prefiere pagar a un bribón, dejarse explotar por un charlatán, que aceptar la ayuda desinteresada del generoso. No querían pagar con amor y confianza, sino con dinero o cosas. Se engañaban mutuamente y esperaban ser engañados a su vez. Había que aprender a considerar al hombre como un ser débil, egoísta, cobarde, a comprender cuánta parte le cabía a uno en todas estas malas cualidades, en todos estos malos instintos, pero creyendo y alimentando el alma con la creencia de que el hombre es también espíritu y amor, que algo vive o habita en él que resiste a los instintos y ambiciona su ennoblecimiento..." (El Juego de Abalorios - Hermann Hesse)