Una de las muchas cosas definidas que
este Trabajo nos dice es la de observarnos a nosotros mismos y,
específicamente, la de trabajar contra la autojustificación. ¿Qué significa la
autojustificación? Significa que usted siempre tiene razón. Justificar nuestro
actuar, por ejemplo, es vindicarse, mostrar a los otros que lo que se hace es
siempre razonable, correcto, apropiado y justo. Cuando una persona se justifica
a sí misma, parte del retrato de sí de ser siempre buena, honorable, justa,
honrada. Justificarse es exonerarse, explicar a la gente que no se tenía la
culpa, que nadie lo entiende, que se actuó por los mejores motivos, y así
sucesivamente. Si ha observado la autojustificación, habrá notado qué
prodigiosa cantidad de energía psíquica utiliza en todo instante la raza humana
en esta inútil actividad. El hombre que se justifica cree que no puede
equivocarse. Esas personas creen tener siempre razón en todo lo que hacen o
dicen. Nada puede penetrar en ellas. Nada puede despertarlas del profundo sueño
en que están sumidas. Este es uno de los mayores impedimentos si una persona
desea despertar.
Ahora bien, es inútil hablar de la
autojustificación a la gente que no lo ha observado en sí misma. Supongamos que
pregunta a una persona por qué es tan negativa. Es probable que niegue
indignada esta acusación o diga que tiene buenas razones para serlo. En los dos
casos, se justifica a sí misma -esto es, justifica sus emociones negativas-. Se
puede justificar uno mismo por medio de la negación, o encontrando una excusa
tal como la de echar la culpa a los otros. Pero la raíz de la cuestión se hunde
en la imagen de tener siempre razón y así de nunca ser culpable. En este caso
obra una fuerza muy poderosa que nos mantiene dormidos en la ilusión que nos
forjamos sobre nosotros mismos. En consecuencia, nunca podemos estar
internamente en paz. Por el contrario, estamos en pugna -con nosotros mismos-.
Porque en nosotros algo sabe que no tenemos razón y algo se niega a admitirlo.
Aquí los dos Gigantes, Orgullo y Vanidad se presentan, pero me parece que quien
lleva la voz cantante es el Orgullo. Pero esta es una cuestión de observación
personal. La Vanidad forja nuestros retratos y el Orgullo los defiende. Pero
sea como fuere, queda en pie el hecho que el acto de autojustificación está
respaldado por una poderosa fuerza y que dicha fuerza no nos procura ninguna
estabilidad interior y de ese modo tampoco la paz interior. Un hombre o una
mujer, digamos, se pasa la noche sin cerrar los ojos porque hay algo que no
quiere admitir ni aceptar, y así se justifica a sí mismo. Empero, un verdadero
acto de observación de sí sincera, imparcial, la búsqueda en los cuartos
interiores de la moneda de plata que se ha perdido -esto es, la perdida verdad-
aclara todo el panorama. La tensión se relaja. Un verdadero acto de observación
de sí se realizó. Algo que no se había admitido y de lo cual no se estaba
propiamente consciente, fue llevado a la conciencia. De pronto desaparecen toda
la tensión y la tirantez interiores. ¿Por qué? Porque en lugar de la multitud
de voces de la autojustificación -y aquí se justifica uno a sí mismo- la observación,
el reconocimiento y la aceptación han sido llevados a cabo. En otras palabras,
un acto de verdadero trabajo se ha realizado. La píldora fue tragada.
Hablemos otra vez de la píldora que el
Hombre Ladino prepara y traga en el Cuarto Camino. El Hombre Ladino no se pasa
la vida en cuclillas con los brazos extendidos. No ayuna durante semanas ni se
pasa días efectuando ejercicios de respiración. Se observa a sí mismo y
discierne qué tiene que hacer ahora consigo mismo para mudar su maquinaria -su
Ser actual-. Es hábil -como las vírgenes prudentes de la parábola-. (En griego
la palabra que se tradujo por "prudente" significa
"hábil".) Trabaja sobre lo que es inmediatamente necesario reconocer
y aceptar en sí mismo sin Orgullo ni Vanidad. Por eso es ladino, hábil,
inteligente. Prepara la píldora y la traga. Ahora bien, si un hombre se
justifica siempre a sí mismo, ¿cómo puede preparar la píldora y tragarla? El
Hombre Ladino no se esfuerza en mantenerse fiel a sí mismo tal como imagina
ser. Echa de ver que miente, por ejemplo. Lo observa un momento y no intenta
ocultárselo a sí mismo, justificarse. Lo advierte, lo ve, lo reconoce, lo
acepta, y así traga esa peculiar píldora. Luego debe digerirla. En la boca el
sabor es amargo. Pero una vez digerida es dulce.
Cuando nos justificamos no sacamos
provecho alguno. Mantenemos, por así decir, la mitad de nosotros mismos incapaz
de llegar a la conciencia. Vivimos en un solo lado. Esto se debe a esas cosas
tan extraordinariamente difíciles de observar que en el Trabajo se llaman
topes. Cuanto más topes hay, más cede uno a la autojustificación. Pero una vez
que se ha observado el otro lado de un tope, que se lo ha reconocido y
aceptado, dicho tope nunca puede volver a formarse. Perdemos determinada idea
de nosotros mismos. Logramos una extensión de conciencia. Por lo tanto
alcanzamos un nivel más elevado de Ser. Esto es al parecer paradójico. Parece
paradójico decir que si se acepta lo que se desaprueba en sí mismo se alcanza
un nivel más elevado. Las gentes imaginan que aumentando su sentido de
merecimiento y virtud, se elevan. Por el contrario, descienden. Este tema
merece una honda reflexión.
(*) Comentarios psicológicos sobre las enseñanzas de Gurdjieff y Ouspensky - Tomo 3 / Maurice Nicoll
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