miércoles, noviembre 05, 2014

Musashi

…”Lo ha encajado bien”, pensó Tadakatsu, mirando sutilmente a Musashi.
Entonces dijo en voz alta:
-Quizá sea presuntuoso por mi parte, pero me han dicho que tienes unos intereses artísticos del todo insólitos en un samurái. Quisiera presentar una muestra de tu obra al shogun. Responder a los chismorreos maliciosos de la gente ordinaria no es importante. Creo que sería más adecuado para un noble samurái alzarse por encima de la cháchara de la gente y dejar tras de sí un mudo testimonio de la pureza de su corazón. Una obra de arte sería apropiada, ¿no crees?
Mientras Musashi todavía reflexionaba en el significado de estas palabras, Tadakatsu añadió:
-Espero que nos volvamos a ver.
Dicho esto abandonó la estancia.
Musashi pensó en lo curioso que era que la mayoría de los niños supieran dibujar, así como cantar, pero que olvidaran la manera de hacerlo a medida que crecían. Tal vez la poca sabiduría que aprendían con la edad era inhibitoria. Él mismo no era ninguna excepción. De niño a menudo se dedicaba a dibujar, y era ésta una de sus maneras favoritas de superar la soledad. Pero desde los trece o catorce años hasta pasados los veinte, había abandonado el dibujo casi por completo.
La pintura, que parecía un arte muy alejado del camino que él había elegido, difícilmente era apropiada para una persona que no solía pasarse un mes entero en un solo lugar. Sin embargo, de vez en cuando Musashi se dedicaba a la pintura.
Como en el caso de otros adultos que se han olvidado de dibujar, su mente trabajaba, pero no su espíritu. Concentrado en dibujar con habilidad, era incapaz de expresarse naturalmente. Muchas eran las ocasiones en las que había abandonado, sintiéndose desalentado. Luego, más tarde o más temprano, invariablemente algún impulso le movía a empuñar el pincel de nuevo, en secreto. Como sus pinturas le avergonzaban, nunca las enseñaba a los demás, aunque dejaba que inspeccionaran sus esculturas.
Una actitud a la que puso fin en aquel momento. Para conmemorar aquel día decisivo, decidió pintar una obra que pudiera ser mostrada al shogun o a cualquier otra persona.
Trabajó rápidamente y sin interrupción hasta que terminó. Entonces introdujo el pincel en un jarro de agua y se marchó, sin volver una sola vez la cabeza atrás para ver su obra.
En el patio se volvió para echar un último vistazo al imponente portal, y un interrogante llenó su mente: ¿dónde estaba la gloria, dentro o fuera del pórtico?
Sakai Tadakatsu regresó a la sala de espera y se sentó durante algún tiempo, contemplando la pintura todavía húmeda. Era una representación de la planicie de Musashino. En el centro, muy grande, el sol naciente, el cual, simbolizando la confianza de Musashi en su propia integridad, era bermellón. El resto de la obra había sido ejecutado en tinta para captar la sensación otoñal de la planicie.
“Hemos perdido un tigre que ha vuelto a la naturaleza”, se dijo Tadakatsu.

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